lunes, 8 de julio de 2013

Sin trabajo, una mañana más

Los golpes de tus zapatos resuenan por toda la calle, solitaria, como cada día, a eso de las siete o las ocho de la mañana. Se despereza el papel que recoges entre tus dedos; un folio cuyo título reza: Curriculum Vitae. Ese folio tan fotocopiado, ese extracto en blanco de tu formación, de aquello a lo que te agarraste para ser -o intentar ser- un hombre de provecho.

El barrio se ha quedado corto, amigo. Los escaparates no piden personal; nadie parece dispuesto a ayudarte en tu empresa. Probablemente sea tu primer año en el paro, o tus primeros meses, o quizás ya llevas años sintiendo el amargo sabor de una vida sin metas, sin objetivos. Miras a tus hijos, aún arropados cuando te vistes y te preparas para salir de nuevo a la calle, y ves en ellos la necesidad imperiosa de seguir adelante. No hay héroe más valiente que un padre cuando sus hijos están en juego. A los tuyos, querido compañero, ya les has visto quejarse porque llevan la misma ropa prácticamente todos los días. Se quejan y piden, y con razón; aún ellos no saben hasta dónde estás de mierda. Pero también sabes que sin ellos, si esa figura diminuta que corretea por los pasillos no estuviera ahí, a tu lado, entonces nada de esto tendría sentido.

La búsqueda de un trabajo cada vez es más rutinaria; el optimismo de los primeros días, en los que incluso pensabas en reincorporarte a tu actividad laboral en un puesto "de lo tuyo", ha dejado paso a la desesperanza, a la visión de un pozo sin fondo, cada día mas oscuro y a la famosa frase de "ya, de lo que salga". Tu mujer, como tus hijos, tampoco lo está pasando bien. Llora a escondidas, desolada. Se siente impotente, porque ella no te puede ayudar, aunque no haya cosa que más quiera en este mundo. No te ve como un fracasado, eres el hombre con el que decidió cabalgar pasase lo que pasase. ¿Recuerdas aquello de "en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza"?. Pues así es, amigo.

Cuando vuelves a casa, en un paseo cotidiano por tu barrio y por otros de más allá y más acá, te sientes reconfortado. El ser humano es así; al fin y al cabo siempre hay hueco para el optimismo. Los paseos mañaneros, esos que ya forman parte de tu día a día, te ayudan, no obstante, a que no se te caiga la casa encima. Esas paredes justicieras que te recuerdan que aún las debes de seguir pagando, mientras eres consciente de que sin ingresos, nada se puede pagar a su debido tiempo. Vuelves a ver a tus hijos, con la ropa de ayer, que regresan del colegio con una sonrisa de oreja a oreja, ingenuos ante la vida. "Bendita ignorancia", piensas.

Mientras comes, en el telediario aparecen las figuras de los bastardos de siempre. Roban, defraudan, estafan y se enriquecen con eso. Y mientras tú, humilde luchador, peleas con la dignidad que nadie podrá arrebatarte. Tu no robas, aunque a veces desearías hacerlo por necesidad. Pero no eres como ellos. Naciste honesto y morirás honesto. Y te acuestas, después de otra larga tarde inactiva, quizás, en el mejor de los casos, buscando trabajo a través de Internet, a través de cualquier vía posible. Duermes, o lo intentas, intranquilo, como cada noche desde aquel maldito día en el que escuchaste: "Hemos decidido que no continúes en la empresa". Vaya día, ¿eh?. Aún lo recuerdas como si fuese ayer. Al fin te vence el sueño. Ya es día siguiente.

Y, de nuevo, los golpes de tus zapatos resuenan por toda la calle, solitaria, como cada día, a eso de las siete o las ocho de la mañana. Se despereza, otra vez, el papel que recoges entre los dedos; un folio cuyo título reza: Curriculum Vitae. Ese folio tan fotocopiado, ese extracto en blanco de tu formación, de aquello a lo que te agarraste para ser -o intentar ser- un hombre de provecho...


3 comentarios:

  1. Muy bien relato, Juanjo. Sencillamente extraordinario.
    Saludos.

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    1. ¡Muchísimas gracias! Las felicitaciones siempre ayudan para seguir creciendo.
      ¡Un cordial saludo!

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  2. Quise escribir "relatado".

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